Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
Es una frase que resume en pocas
palabras el enorme dolor que nos deja la pérdida de un ser amado, no sólo la
muerte produce estos efectos, el hecho de una separación de aquella persona que
ha sido luz para nuestra vida es más que suficiente para sentirnos
completamente devastados por su ausencia.
Yo vivo en un mundo de recuerdos
que me persiguen, y jamás me han de dejar en paz, porque lejos de ser malas
experiencias, son las memorias más lindas y que viven en mi alma, la sonrisa de
mi hija entre ellas, a quien por circunstancias del destino he perdido, aunadas
a un desorden en la química de mi cerebro que ha sido el detonante del episodio
más infeliz de mi ahora triste existencia.
Lo he perdido todo, y en mi soledad llevo a
cuestas la cruz de tiempos completamente imperecederos, aun puedo escuchar la
voz de mi pequeña llamándome, diciéndome papá, siento su manito tomando la mía,
sólo para llevarme a sus juegos infantiles o para acompañarla a ver el programa
de televisión que tanto le gustaba. Para quienes creen que merezco un castigo,
les puedo asegurar que ya vivo en el infierno, en un mundo plagado de sombras,
las que se oscurecen más con el pasar de los días.
A veces escribo cosas para no
ahogarme en la desesperación y siempre termino con las lágrimas cayendo sobre
el teclado de esta ventana, la única por la cual veo el mundo. He querido compartir esto, que
para nadie puede tener valor, pero cuando llegan los lamentos los que se cristalizan
en esos trozos de diamantes fluidos, debo hacerlo, cómo única salida a una
atormentada vida, soy consciente que lejos de atraer compañía la alejo.
En este mundo ya no hay nadie que
quiera acercarse a quien en su interior sufre, lejos de eso se apartan como ya
me lo han expresado y demostrado en varias ocasiones, lo hacen sin comprender
que es lo único que utilizó para no hundirme por la enorme depresión que trae
consigo esta soledad y un interminable duelo que es mí diario vivir, es por tal motivo que me he limitado al
escribir, ya no lo hago como con la frecuencia con que solía hacerlo, ya no doy
a conocer mis sentimientos, y siempre que acabo de plasmar mis pensamientos,
termino tomando el medicamento que me ha permitido seguir viviendo, ese que
aleja por unas horas mis ganas de morir, pensamientos que florecen en mí como jamás
podrán tener idea.
Mi tiempo ya pasó y con él se
fueron mis ilusiones y todo lo que en mi vida pude soñar, ya no espero nada,
estoy viviendo la etapa más negra de mi vida, una que no se la deseo a nadie, a
veces pienso que estoy a punto de cometer una locura, lo siento desde lo más
profundo de mi ser, ya no puedo hacer nada para remediar lo que a veces deseo
con todas las fuerzas de mi corazón, me dejó de importar la amenaza de un
castigo eterno, pues mientras respire estaré habitando en él, me quemo sin
necesidad de estar entre las llamas que me acompañarán por toda la eternidad.
Seguiremos enemistados de por
vida, según lo puedo presentir, pero en la muerte todos nos emparejamos. Es una
verdad universal.
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